Columna de gestión emocional de la Dra. Elsa Martí Barceló en el periódico La Voz de la A-6
Conductas Aprendidas
«Hace unos días, una paciente me comento lo agobiada y triste que se sentía por la dificultad que tiene su hijo en tener amigos. Le culpabilizaba por su escasa capacidad para socializar y relacionarse con otras personas. Interpretar su mensaje verbal me puso sobre aviso de una necesidad, también en ella, no satisfecha. De forma inconsciente, estaba proyectando en él, su propia incapacidad para crear vínculos de amistad.
La socialización de los menores comienza en la infancia. Es, en este periodo, donde los niños toman sus primeras decisiones: «ser amigo/a de» y aceptan exigencias impuestas y no elegidas: » ser hija/ o de». Una determinación, en general, influenciada por la actitud de los padres y principales cuidadores a la hora de relacionarse con este valor.
Los más pequeños, configuran la visión de lo qué es y conlleva la amistad a través del ejemplo de conducta de aquellas personas que les son significativas y conforman su realidad más cercana. La actitud o disposición de estas, a la hora de construir vínculos de amistad, ejerce una poderosa influencia sobre ellos. Es la percepción de la amistad de los más allegados la encargada de configurar y estructurar miradas infantiles con la creencia de una realidad exterior confiable o amenazante. Dar dimensión a estos vínculos, potenciarlos y estimularlos, es lo que nos permite vivir en una cultura de vida donde la amistad es un valor insustituible, “Tener un amigo, es tener un tesoro». Responsabilidad de nuestros progenitores es iniciarnos en el camino de la amistad. Responsabilidad nuestra es decidir si continuamos o no en ese rumbo. Revisar el grado de satisfacción de nuestras creencias acerca de la amistad, su dimensión emocional, es lo que nos permite un cambio, cambio si estás no nos satisfacen.
Tener amigos enriquece y complementa a las personas. Permite aprender del intercambio de ideas, de la expresión de opiniones y sentimientos, y sin duda ayuda a valorar lo que de verdad es importante no solo para uno sino también para los otros. Gracias a ella, contemplamos un horizonte de vivencias ajenas y de otros modos de vida que nos hacen revisar, ampliar o reafirmar el concepto que tenemos de nosotros mismos, la fotografía interior que todos llevamos dentro reflejo de nuestra valía, y la vida que llevamos.
La felicidad es un estado de ánimo donde la persona se siente plenamente satisfecha al gozar de aquello que desea y al poder disfrutar de aquello bueno que le sucede. Es un estado interno mezcla de nuestra forma de percibir los logros alcanzados, la imagen que tenemos de nosotros mismos y las relaciones con los demás. Siendo la felicidad el estado que toda persona desea y añora, la buena amistad contribuye de forma sustancial en proporcionarnos, quietud y bienestar.
La amistad es una relación de afecto recíproco y desinteresado que surge entre personas por afinidad de intereses e inquietudes, por el trato que nos dispensan, donde se comparten deseos, preocupaciones y estados emocionales de alegría, tristeza o soledad. Un vínculo fortalecido por valores, lealtades, y agradecimientos recíprocos. Según la etapa en la que se inicie y las necesidades emocionales que la acompañen la amistad tendrá distintos grados de relevancia en nuestras vidas.
La amistad sale a nuestro encuentro de forma casual. No sabemos ni cuándo, ni cómo, pero sí sabemos reconocerla cuando se encuentra. En su rostro se registra confianza, llaneza y sencillez de trato. Su forma de acoger la disparidad o similitud de pensamiento, sin juzgar las distintas actitudes o comportamientos de las personas implícitas en ella facilita que no pase desapercibida. El caldo de cultivo de la buena amistad es mantenernos en el esfuerzo de entender y hacernos comprender desde la dedicación y compromiso. La amistad no solamente surge con quienes tenemos más parecidos o más afinidades en cuanto a pensamientos, creencias, gustos o intereses, también surge entre personas muy dispares, si somos capaces de ponernos en la situación del otro, comprenderle y respetarlo.
Tener una mala memoria episódica, y desarrollar una importante “capacidad de perdón” es necesario, y hace, sin duda alguna, que la amistad perdure en el tiempo.»
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