¿Somos la generación «chicle»? Con Ines de la Mota Gómez-Acebo , Intérprete Jurado, coautora del libro Mujeres sin Maquillar, 16 testimonios emocionales en el ámbito profesional

¿Somos la generación «chicle»? Se pregunta Ines de la Mota Gómez-Acebo , Intérprete Jurado, coautora del libro Mujeres sin Maquillar, 16 testimonios emocionales en el ámbito profesional

A algunos les extrañará esta expresión, pero no encuentro mejor manera de definir a nuestra generación.

Gracias al incremento de la esperanza de vida en nuestra época muchas de nosotros, afortunadamente, convivimos con varias generaciones a la vez: nuestros padres, nuestros hijos, y nuestros nietos. Y nosotras nos hallamos en el centro de esa vorágine, dado que nuestros predecesores y sucesores necesitan de nosotros en lo que se refiere a la prestación de cuidados.

Nuestros abuelos, en general, han vivido menos que nuestros padres, por lo que la situación descrita anteriormente era inusual en aquella época.

Pero nosotras, actualmente nos hallamos en el centro de esos cuidados; hemos terminado de cuidar a nuestros hijos, cuidamos a nuestros padres, y estamos empezando a cuidar a nuestros nietos.

Somos la generación «chicle».

Esta sociedad tan exigente nos pide que estiremos nuestras vidas, muchas de ellas llenas de ocupaciones profesionales, para llegar a todo.

La mayoría de las veces nuestros sueldos no alcanzan para pagar cuidados externos a nuestros mayores. Nuestros hijos, con sus exiguos salarios, no pueden permitirse tener cuidadores que cubran las labores de casa y la atención de los hijos.

Y ahí entramos nosotras. A mi generación de mujeres se nos enseñó a cultivarnos para tener acceso a estudios superiores y procurarnos un buen trabajo y una carrera profesional donde realizarnos. Odio este último término. Las que hemos tenido la suerte de seguir trabajando sabemos, por experiencia, que nuestro trabajo es doble: fuera y dentro de casa.

Se nos inculcó la idea de ser «súper-mujeres», pero la realidad es bien distinta. Carecemos de poderes superiores, y en su lugar tenemos dos manos y dos piernas iguales que el resto de los mortales, pero aún así llegamos más allá de lo que alcanzan nuestras fuerzas. Hemos conseguido una buena profesión, indudablemente, pero nuestra calidad de vida ha empeorado.

Como mujer, puedo hablar en primera persona de generosidad. Es una cualidad innata en nosotras, que se intensifica cuando tenemos hijos. Ahí empieza a desarrollarse esta virtud en las mujeres que tenemos la suerte de haber sido madres. Y con esto no niego la generosidad en aquellas otras de nosotras que, por imposibilidad o voluntad expresa, no han vivido esa experiencia.

La generosidad se traduce en la ayuda desinteresada e incondicional a los nuestros. Y lo hacemos con convencimiento, con ilusión, y con entrega. Para algo hemos recibido una educación en valores, que se echa mucho de menos en el momento actual.

Nos hacemos cargo la mayoría de las veces de la intendencia, las visitas médicas, la compañía y la asistencia en el caso de mayores y pequeños, además de nuestras propias ocupaciones.

¿Hasta dónde llegaremos? ¿Se romperá el chicle de tanto estirarlo?

No sé, porque aún he de verlo, cuánta resistencia tiene nuestro «chicle» personal. Llegará un momento en que, por ley de vida, perdamos a nuestros padres, pero ahí seguirán nuestros hijos y nietos, a los que prestaremos nuestros cuidados con la misma ilusión de siempre, aunque con las fuerzas algo mermadas.

Dado que esta situación se está produciendo con intensidad en los años que nos está tocando vivir, serán otros los que den respuesta, mediante acciones y soluciones, a las necesidades de nuestra generación en este sentido, y que me atrevo a expresar en voz alta, pues no me cabe la menor duda de que será objeto de estudio en el futuro.